Domingo Arenas
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Sergio Flores Muñoz | @ProfeSergio19

 

Este 30 de agosto del presente año se cumplen 104 años de la muerte del Gral. tlaxcalteca Domingo Arenas y la pregunta obligada es: ¿Por qué no se le ha otorgado el merecido reconocimiento a este personaje al igual que a otros revolucionarios, como a Zapata, Villa, Orozco, etc.? ¿Por qué no se puede comprender la lucha agraria en México sin la figura de Domingo Arenas?  Revisemos la siguiente reseña con el objetivo de, como he mencionado en otras ocasiones, reivindicar a Tlaxcala.

 

De origen muy humilde, Domingo Arenas Pérez fue uno de tres hermanos, nació el 4 de agosto de 1888 en Santa Inés Zacatelco, Tlaxcala. Desde pequeño salió adelante pese a jornadas extenuantes de trabajo. Fue pastor, ayudante en panadería y repartidor. Posteriormente obrero, donde vivió la explotación, salarios miserables y el abuso de los patrones de las fábricas textiles en Puebla, cosa común en el Porfiriato. Ahí es donde forjó su carácter, en el afán de exigir mejores condiciones laborales, actitud calificada de subversiva en ese entonces.

 

Para 1910 estalla la Revolución, donde el joven Domingo se unió a obreros y campesinos sublevados. Una vez ganada la causa anti-reeleccionista, vino la crisis política del régimen maderista que resultó en un golpe de Estado, el cual despertaría la furia de varias facciones contra del asesino y usurpador de Madero: Victoriano Huerta.

 

Es en este periodo, de 1913 en adelante, la lucha revolucionaria recrudeció, siendo la participación del zacatelquense clave en el campo de batalla de la región Puebla-Tlaxcala, como defensor de la causa maderista.

 

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El 20 de agosto de 1914 tomó la ciudad de Tlaxcala con un amplio contingente. Desafortunadamente, a raíz de la convención de Aguascalientes, las fuerzas revolucionarias tomaron partido. En un principio el zacatelquense, se levantó contra Carranza, pues su convicción por la lucha agraria hizo que se uniera al Plan de Ayala, respaldando sus fuerzas en el zapatismo, sin embargo, siempre fue partidario de la unificación de los bandos revolucionarios a favor de la restitución de tierras.

 

Se dice que fue en este periodo, ante la necesidad de crear nuevas estrategias militares, que la División Arenas se resguardó en las laderas del volcán Malintzin, donde una bala de cañón que disparó por accidente uno de sus elementos, mató a un soldado y golpeó el brazo del General, mutilándolo. De ahí en adelante aceptó el mote de “el Manco” Arenas.

 

Esto no fue obstáculo para ser artífice de la adjudicación y el repartidor de tierras más destacado durante este periodo bélico, hay quienes opinan que ningún gobernante o revolucionario durante el conflicto, hizo una repartición de tierras de tal magnitud para los desposeídos. Según datos de María Paulina Díaz Vázquez del ENAH, tal reparto:

 

“comenzó en 1915, con la Hacienda de San Miguel Molino y lo continuó en 1916, en las haciendas de San Juan Tetla, Huiloac, Chahuac, San Esteban, Aitec, Tomalintla, San Cristobal Tepatlaxco, entre otras. Además, formó ocho colonias agrícolas en Tlaxcala mientras que en Puebla formó once que se distribuyeron en tres de sus distritos: Huexotzingo, Cholula y Atlixco, entre los meses de mayo y octubre de 1916. Sólo en el Estado de Tlaxcala se han encontrado registro de al menos 30 haciendas que fueron invadidas y redistribuidas, mientras Arenas estuvo al frente de la división de Oriente.”

 

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Lo anterior condujo a que Domingo ganara el respeto y simpatía de la región. Su imagen como líder revolucionario fue en aumento al punto de ser nombrado Jefe Supremo de las Fuerzas Revolucionarias del Sur por las demás facciones.

 

Como era de esperase, Zapata no vio con buenos ojos esto y quiso contrarrestar su influencia exigiéndole que reafirmara su apoyo para la causa zapatista. Sin embargo, Arenas hizo caso omiso y se adhirió a los constitucionalistas, para lo cual, fue nombrado Jefe de División de la Plaza de San Martín Texmelucan, situación que enfureció más al caudillo morelense, por su rivalidad con Carranza.

 

Zapata, al sentirse rebasado por el de Tlaxcala, pactó una reunión con Arenas el 11 de junio de 1917 con algunos de sus representantes. El lugar sería en la hacienda de Menatla, en Atlixco. Tal encuentro terminó con un acuerdo, donde Arenas aceptaba como compromiso formal que (según registró el Gral. Fortino Ayaquica):

 

“en el término de un mes, contando desde la fecha de la conferencia, desconocería al gobierno del señor Carranza y se incorporaría a las filas surianas…”

 

El tiempo transcurrió sin que existiera una ruptura de Carranza con el Gral. zacatelquense, hecho que Zapata tomó como un incumplimiento del trato. Por consiguiente, se confirmó otro encuentro con el objetivo aparente, de someter la División Arenas al Ejército de Zapata.

 

También se desarrolló en Atlixco, pero ahora en la hacienda de Huexocoapan. El encuentro fue por de más tensa, entre los representantes zapatistas, el General Gildardo Magaña y Fortino Ayaquica; con el Gral. Domingo Arenas acompañado por algunos miembros de su División, pero poco pudieron hacer éstos ante el plan fríamente calculado ya, para asesinarlo.

 

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Es así como murió Domingo Arenas, víctima de una celada tramada por Zapata y perpetrada por miembros de su estado mayor, Ayaquica y Magaña, que entre puñaladas y balazos acabarían con la vida del Gral. Arenas, a la corta edad de 29 años.

 

Una vez asesinado su cuerpo fue decapitado para presentarle la cabeza a Zapata a manera de trofeo, éste ordenó que sus despojos fueran colgados en un árbol, cerca de Tlaltizapan, Morelos, con la leyenda “Así pagan los traidores”.

 

¿Traidor? ¡Al contrario! “el Manco” Arenas siempre defendió su postura ideológica hacia la unificación de los bandos revolucionarios en pro de la reivindicación agraria, aunque en el intento se consumiera su vida. Fue asesinado cobardemente por órdenes de Zapata, mediante una de las mayores deshonras militares que pueden existir: tender una celada.

 

En este aniversario luctuoso, es justo hacer retumbar con orgullo el nombre del caudillo tlaxcalteca que, aun sin que se plasmaran los ideales políticos revolucionarios en la nación, tuvo el sueño de hacerle justicia al pueblo mexicano. Y vaya que lo estaba logrando.

 

Como tlaxcaltecas debemos reafirmar con honor en nuestro presente la casta de valientes a la que pertenecemos. Quienes ofrendaron su vida por la Patria, personajes ilustres de la estatura histórica de aquellos “héroes nacionales” que los oficialismos nos han impuesto idolatrar, más por tradición que por convicción. No dejemos que el estigma, el mito y la calumnia dobleguen la grandeza histórica de nuestro Estado. Sigamos pues, reivindicando a Tlaxcala.

 

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