Diego Figueroa | @oreugiFDiego
Antes de iniciar el relato sobre el Caballo de TroyE, empecemos por quién sí sabe.
Durante una entrevista, el premio Nobel de literatura mencionaba, “existe un plural que es masculino inclusivo: nosotros o todos”. También, la Real Academia de la Lengua aclaró en su momento que el lenguaje y sus plurales: “no son herramienta de discriminación”.
Entonces, por qué aferrarse a la idea o, mejor dicho, vender una idea donde el lenguaje es machista. Generando un resultado de opresión al ser sinónimo del patriarcado. Y aunque suene a ciencia ficción, pareciera que la realidad o la cultura actual, está empecinada a propagar la idea de un lenguaje machista, que, bajo los ojos de esos mismos actores, este lenguaje es el resultado de sistemas falo céntricos y misóginos intolerantes a la diversidad actual.
¡Pero jóvenes por favor!
La lengua, al menos en el español, el lenguaje no es machista. Por ejemplo, ustedes saben que en el idioma japonés hay terminaciones de uso único y exclusivo de género. Derivaciones en estructuras que son pronunciadas de diferente manera si el hablante es masculino o femenino… Japón. Ese mismo país que usan de icono educativo para comparar el sistema mexicano con el del lejano oriente.
Entonces, como pasa en el Sistema Educativo Mexicano, cuando conviene, se llama y se copia modelos extranjeros, pero, cuando no nos conviene, son inviables, son inalcanzables y resulta de forma simplista, que solamente copiamos lo que nos acomoda. Porque regresando al lenguaje, entonces Japón debería estar librando una batalla social y cultural como no se ha visto desde la conquista de México, según el sector nombrado incluyente, al vivir en una cultura aberrante y opresora.
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Aquí y quizá por ser un viejo ya sin mucha actividad física, que solamente se la pasa observando (comúnmente etiquetado como metiche) los alrededores, esto es simplemente un caballo de Troya que trae un par de problemas. Donde el primer problema real que encuentro escondido en el lenguaje inclusivo es “La Discriminación”.
Leía en días pasados un escenario donde una mesera recibe a los comensales usando el lenguaje inclusivo. El comensal, le alienta y le felicita por su causa, a lo que, acto seguido le pide el menú en Braille pues su acompañante es ciega… Y no, no lo tenían. ¿Dónde queda la inclusión? Después, le menciona que una tercera persona se les unirá, pero, que usa silla de ruedas. Preguntándole, dónde se encontraba el acceso a la rampa… Y no, tampoco tenían. ¿Dónde está la inclusión?
Hay que tener mucho cuidado con esta causa, porque en escenarios como éste, pareciera más una cuestión de moda que de inserción, igualdad y aceptación ética, civil y moral.
Buscar la igualdad lingüística simplemente está empobreciendo el idioma y se está afectando una parte de nuestra cultura por la falta de identidad de un grupo. Una generación que ahora se siente con derechos de cambiar todo lo establecido sin darse cuenta de que, gracias a todo ese trabajo previo tienen y usan todo lo que está a su alrededor.
Siempre de viejos nos damos cuenta de que los excesos no llevan a nada, hasta muy avanzados años entendemos que el exceso en cualquier ámbito es malo, es nocivo, es destructivo para uno y para quien nos rodea. El pretender usar el lenguaje es un paso o herramienta excesiva para promover la aceptación o la igualdad, pero se debe entender que con excesos no se resuelve nunca ni un problema.
El segundo problema: La Locura contemporánea
Radica en la forma de vivir de las nuevas generaciones, digamos, tomemos desde los preadolescentes de 12 o 13 años hasta algunos chicuelos de 33 a 35 años. Ellos quieren vivir una vida ONLINE en esta vida real. Este día a día, que desde hace más de un año mediante este espacio he apuntado la atención ante nuevas acciones o modismos generados por el uso del internet.
La locura contemporánea empieza desde creerse una vida perfecta mediante los filtros de las aplicaciones sociales, el pensar que haciendo estupideces (y perdonen la expresión, pero abusaré de la libertad del editor) y crear videos, le resolverán la vida a esa persona, llamado Influencer. Mismos que si uno hace una pequeña búsqueda, cometen suicidios imprudenciales cada abrir y cerrar de ojos, precisamente por vivir esta disociación de los mundos.
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Creando “seres especiales” hambrientos de una autopercepción semi-perfecta. Buscando llenar todos esos vacíos al auto construirse ínfimamente felices. Acto, que al mismo tiempo da a relucir la falta de atención interna que no saben explicar y en segundo, un problema de ego que requiere en la mayor parte de los individuos, atención psicológica profesional y no, la de un coach online.
En los adolescentes de 26 a 28 años, adictos mediáticos a devorarse las series por streaming en una sola noche, sueñan su vida siendo “un personaje de serie”. Viven un alter-ego imaginando cómo sería su vida, si fueran parte de esa serie. A lo cual, el problema antes mencionado de disociación se vuelve una vez más recurrente. En las series, la pareja es perfecta, los problemas siempre se solucionan, los padres siempre vuelven, los amigos no traicionan, los diálogos o los mensajes son perfectamente estructurados para aterrizar en la lógica del espectador como si fueran “habituales”. Les maquillan una vida donde cada individuo siempre sabe qué decir.
Pero los que vivimos fuera de esa realidad, sabemos que hay gente con la que no se puede tratar, gente que no escucha, gente que es muy engañosa, gente mala y gente… si, una vez más, muy metiche. Aderezado todo esto con los problemas laborales, con las dinámicas de la empresa, con la identidad de una cultura de compañía donde se labore, que afecta de manera presencial a nuestro pequeño adolescente que sueña vivir en un capítulo de FRIENDS.
La pobre criatura al apagar el televisor obviamente cae en una tremenda depresión y soledad comparable, solamente a la del protagonista de su serie en pausa. Hablando seriamente, esa insatisfacción lo lleva a aislarse.
Aquí ya lo hemos leído: La vida no es perfecta.
Tercer problema: El Ser Responsable
En los cambios que uno vive como ser social, como cultura, como individuos, todo debe moverse, todo debe irse adaptando. La lengua, el idioma, también necesitan esas libertades de expresión, pero no por el sentir de una minoría mal entendida, se debe de violar todo lo establecido al tratar de adecuar el lenguaje al desnaturalizarlo a un movimiento pro genero incluyente por mencionarlo de alguna forma.
En una entrega pasada mencionaba que todos tienen derecho, pero al mismo tiempo tienen que entender que esa ejecución de su derecho incluye responsabilidades y ahí, en los detalles, es en dónde no parecen ver.
Actualmente hay individuos, entes o seres, que no sienten ni tienen una afinidad, gusto o preferencia, que tampoco saben, en palabras planas qué son. Bueno, si hiciéramos un ejercicio de redacción, para que nuestros textos tuvieran algo de sentido al usar la E, tendríamos que usar siempre la tercera persona del singular, pero siempre sabiendo que no es él ni ella. Entonces, tenemos nuevamente nuestro problema recurrente de hacerse responsable.
Imaginen ahora, toda una generación (y lamentablemente puede extenderse a un país) de participantes que no saben lo que quieren, que viven una vida fuera de esta realidad, que no son capaces de hablar o comunicarse por miedo a ofenderse o a ser lastimados, que tampoco saben qué preferencias tienen y al cuestionarles, todo les causa estrés, insatisfacción, depresión… imaginen a este individuo como un ser deconstruido, pero con el derecho de normativizar esta, nuestra realidad.
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¿Cómo podemos seguir a alguien que no sabe lo que quiere?
¿Dónde queda el bien común?
Y aquí, ya le voy a parar a mis cosas, no estaré más de quisquilloso, porque como decían en la película del Padrecito: “el campesino no necesita saber hablar, leer o escribir” y mucho menos, pelearme o a disgustarme por el uso de la E, como dicen mis vecinas, “a mí qué más me da, como sea, yo más bien, voy de salida”, eso sí, echando bravatas, con favor del eterno, cristianamente hablando.
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