Por: Diego Figueroa | @oreugiFDiego
Llega el momento, la etapa o quizá, la estación de la vida donde uno se pierde en sus recuerdos se aleja de este presente y se enfrasca en las memorias de aquellos viejos tiempos. Independientemente de lo bueno o lo malo que es vivir en el pasado o de aferrarse a lo que ya no es, uno constantemente le está echando un ojo a lo que fue. Quien ha leído esta sección, sabe y reconoce la crítica a las benditas redes sociales, pero, sobre todo, el llamado constante a dejarlas, a salir, a tomar riesgos y sobre todas las cosas, a vivir la vida como es.
Sentado en un parque, como todo buen octogenario, veía a un grupo de niñas entre 7 u 8 años, peleándose una con otra porque “la selfie” no salía como a ellas les emocionaba. Más de 30 min postradas en una sección de los juegos que de nada servía estar ahí o mejor dicho, de juego mecánico pasó a ser adorno o complemento de paisaje. Al final de casi una hora, las niñas lograron su perfecta foto y contentas, agarraron sus cosas y las 5 sacaron su celular para una vez más, ahora, sentarse a “retocar la foto” en los dispositivos de cada una, buscando “el momento perfecto” y de ahí compartirla… Vaya día en el parque.
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En la ciudad donde radico, es muy común ver a sus pobladores formándose para comprar helados y sí, ya se puede imaginar. Gracias a esta buena edad y por consciencia cívica me han dejado pasar primero, los 15min que duré dentro del establecimiento esperando a ser atendido, una señorita estaba “luchando” con su copa de cristal y su helado para poder capturar el mejor ángulo, del momento perfecto de comer su helado. Acto que, por sus gritos, estrés y ademanes, era una misión de tiempo antes de que las perfectas siluetas de su postre empezaran a derretirse frente a sus ojos y muy lamentablemente frente a la cámara de su celular.
Quince minutos después salí, mismos que ella aprovechando una mesa – para nada – nunca terminó por capturar su foto, por comerse su helado. Que finalmente, en un arrebato de enojo, levantó de golpe sus cosas y se marchó… todo por la foto perfecta del momento hermoso de comer un helado que nunca capturó.
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Caminando con el mío en mano, vi un grupo de muchachos, ellos, estaban en las canchas de Básquetbol, riendo, haciendo ruido, llamando la atención y por un momento, sentí recuperar la esperanza en la juventud. Al acércame, una vez más, la misma dinámica: gira a la izquierda, levanta el brazo, ve al frente, pon la pierna, mueve el codo, tú brinca por detrás, tú párate a la derecha y tal figuras de plástico en tamaño real, el director de orquesta con su celular en mano, iba poniendo a sus compañeros en “su posición” perfecta para toma una vez más la foto “del partido perfecto”, aquel momento donde el equipo ganó. Por Dios, ¡qué juegazo!
Y así, personas más corriendo, otras esperando su autobús, algunas, dentro de un restaurante comiendo, de sus autos, en los patios de su casa y tan solo vasta levantar la mirada para ver, cuántos más, no están pegados al dichoso aparatito.
¿Entonces qué es la realidad?
Si actualmente todo lo que se ve en las Redes Sociales es el resultado de minutos, de planeaciones, de coordinaciones, de cientos y cientos de tomas, de un solo momento, cómo es posible que la gente “no vea” que irónicamente lo que ve en sus pantallas no existe puro como tal. Es un constructo, es un resultado de un proceso previamente establecido que, no se da por magia ni mucho menos natural, no es algo real.
La vida real no es perfecta y sin embargo, es hermosa, ¿por qué las nuevas generaciones se aferran a que todo tiene que ser color de rosa? La pregunta siempre será la misma, por qué no aceptar las cosas como son, por qué no aprender a vivir con lo que se tiene, por qué siempre ir tras lo hermoso que alguien más muestra en sus Redes Sociales, cuando de antemano se sabe que es falso, que es un montaje, que son cosas armadas, ¿por qué se sigue tomando como real?
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Las personas que están solas y ven, las fotos de otras personas con sus parejas se deprimen en automático al verlas “tan felices”. Momentos irreales que en muchas de esas almas solitarias generan etapas de fuertes depresiones por las parejas perfectas que otras personas tienen y ellas no. Pero ¿Cuánto no pelean las parejas? Cuántas cosas no se dicen, cuánto no se reclaman, cuántas batallas de orgullos, de costumbres, de manías no se tienen al mes, a la semana y hasta al día.
Los que hemos estado en pareja más de 15 años sabemos que tienen sus mieles, que es hermoso, pero perfecto… La realidad dista mucho de eso. Estar en pareja es un acto diario de aceptación, es una lucha interna por dejar ser al otro, es una batalla silenciosa por aprender a convivir con lo que uno nunca vio y todas esas cosas que también se tienen en pareja no se dicen, no se hablan, no se muestran, no salen “en el momento perfecto”.
Lo vemos también en el ambiente laboral, así pasa con los colegas en la oficina, la crítica, la traición por el puesto, la competencia por el sueldo, la lucha por demostrar las capacidades intelectuales casi nunca es una lucha justa o una simple. La vida es un campo de batalla fuerte, áspero, ríspido y sin ser exagerado, puede llegar a ser cruel sino se está preparado.
El peligro de vivir soñando.
No quisiera sonar como aquel profeta que en 1981 nos decía que quería “vivir durmiendo, soñando, vivir soñando, prefiriendo vivir durmiendo” pero ahora que lo recuerdo, quizá fue un visionario que vivía su realidad y prefería vivir durmiendo. Pero el gran valor de aquel joven Emmanuel era que veía su realidad.
Actualmente la juventud, no tiene ni idea de qué está haciendo (que en su momento, tampoco los chicos que nacimos en los años 40’s pero, no estábamos tan perdidos) ni mucho menos de lo que está dejando de vivir. Actualmente la juventud tiene un desconocimiento total de su cultura, de lo que les rodea, de lo que se espera de ellos y sobre todo, de su aporte a la sociedad llegando su momento.
Ya lo hablamos en el pasado, en esta misma sección con aquel aporte sobre los Ídolos de Barro o en su momento, con los Filtros de su Realidad, pero es más una Crónica de una Muerte Anunciada que el reclamo de la adolescente sueca Greta y su derecho de ser feliz.
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De joven, siempre me emocionó ver, saber y entender cómo los seres humanos íbamos diseñando las tecnologías, cómo las íbamos creando y adaptando poco a poco a nuestros entornos, como cada año estos aparatos iban teniendo más y más presencia, eso, honestamente con mis pantalones acampanados, mi camiseta de seda y mis Walkman con diadema de aluminio y orejeras naranjas, en verdad me emocionaba.
Pero tristemente y muchos años después, veo que los papeles se han invertido. Que ahora la tecnología nos diseña la vida. Ahora es ella quién dicta qué se hace, cómo se hace y cuándo se debe hacer. Ahora, nos guste o no, quien no está con ella no es feliz. Quién está en contra de ella, es discriminado, es aislado, es casi casi linchado mediáticamente e inmediatamente etiquetado con “es que ya está grande” él que va a saber.
Y sí, en efecto, hoy en día, pareciera que la única y última gracia de mi generación, fue saber vivir una vida sin momentos perfectos.
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Una generación con carácter, con empeño, con sacrificio y tolerancia. Que sin importar que tan dura y amolada estuviera la situación, seguía adelante sin tirar la toalla. Que pese a tener enemistades, se hacían equipos y se sacaban los trabajos y las grandes empresas adelante, se luchaba por un bien común y aunque, siempre han existido diferencias, no había tantas muestras de intolerancia como las hay hoy día.
Decíamos lo que se tenía que decir y se tenían las conversaciones que hoy en día, nadie quiere tener. No era ser prepotentes, ni intransigentes ni mucho menos “machistas” simplemente, se tenía el coraje de afrontar esos malos momentos siempre presentes en la realidad. Tanto mujeres como hombres, se escuchaba como levantaban la voz y te decían, lamentablemente lo que no querías escuchar.
Se fomentó la verdad, se encaraba la realidad por mucho que doliera, se decía lo que era necesario decir y pese a lo que hoy se pudiera pensar, no terminamos frustrados ni deprimidos, al contrario, seguíamos luchando con la idea, que un día, después de superar esto, podríamos enseñar a los jóvenes para que no tuvieran que pasar por lo mismo.
Pero algo falló y esa última gran tarea no la pudimos lograr.
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