Por: Diego Figueroa / @oreugiFDiego
Con nostalgia, los últimos miembros de la vieja guardia recordamos como por los años setenta, la juventud de aquel entonces se reía al escuchar a Chava Flores preguntar: “¿a que le tiras mexicano?” aún recuerdo la alusión por dejar de soñar, por tomar las riendas no solo del país, sino también las propias. El problema quizá fue, que se entendió todo lo contrario y la gente prefirió mantener el letargo de un sueño.
Luego, tal extraño enemigo, surgió de la nada el otro sueño – el sueño americano – y en efecto, el mundo se volcó tras de él. Como si algún ser supremo hubiese puesto una recompensa “se busca vivo o muerto” todos y cada uno de los que físicamente fueran aptos de dicha encomienda eran catapultados tras elegante sujeto.
Y así, tal lógica matemática, donde la suma de uno más uno nos da como resultado dos. La suma del sueño de un valiente mexicano más la panacea de la vida americana, no dio como resultado la perenne odisea de una mejor vida fuera del territorio nacional, donde, por conocimiento de causa, las peripecias son mayormente amargas y muy, pero muy alejadas de la diversión.
Creando frases célebres de dominio nacional tales como – quien se fue del otro lado, se aventó de mojado, se cruzó al gabacho, se pasó a los estates, ya cruzó el río, se aventó de mojarra, vive de mojado – entre muchas otras más dependiendo de la situación geográfica del hablante.
La mal llamada “vida de perro” mexicano, antes de emigrar.
Recuerdo que en más de una ocasión al ir a comprar manteca al tendajón popular, escuchaba que los mayores hacían referencia “a la vida de perro” que uno siempre se lleva al vivir en nuestro golpeado México. Trabajar como esclavo para medio vivir como un perro era su alternada versión, pero en ambos casos la vida, fuera de las fronteras nacionales era casi, casi la vida en otro planeta.
En uno que se podía vivir soñando. En un planeta donde nada podía salir mal, donde todo lo que se percibía eran las mieles de una sociedad creciente, pensante, productiva, equitable y sobre todo tolerante. Uno de los cuestionamientos que se vivía en las casas de extracción humilde, era, el saber ¿hasta qué año se iba a estudiar?, antes de emigrar e irse a trabajar a la pizca “del otro lado”. Para la gran mayoría de la chaviza de esa época, la mejor vida era la que se tenía de ilegal o al vivir “como mojado”.
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El sueño de esa sociedad era irse y dejar el suelo nacional. A finales de los años 80’s, no había duda alguna, si se quería hacer algo de provecho en la vida, se tenía que ir uno de mojado al otro lado. El sueño de varias familias era, enviar a los más sanos y esperar que no más de medio año, las divisas empezaran a llegar y así, lo sueños se cumplían.
El sueño, dejaba de serlo. La billetiza llegaba, los terrenos se compraban, las bardas se levantaban y en un par de años, el primer piso estaba más que consolidado. Después eran las fiestas, los aniversarios, los quince años y de aquellos valientes emigrantes, sólo se sabía las mieles, los logros y se palpaba el éxito con el que vivían. ¿Jodidos? ¡Para nada! Jodidos éramos los que nos quedamos.
El poder de la resistencia colectiva.
Más de cuarenta años han pasado desde la primera vez que aquel sabio bolero de la cuadra pronunció “pero en unos años la gente entenderá”. Jodidos éramos los que no teníamos educación, los que no teníamos opción de recibir formación universitaria, los que más allá de un oficio, no teníamos más herramientas que nuestra perseverancia, nuestro carácter y los valores que dentro de nuestra familia se fomentaban.
Mencioné sabio, porque en efecto, la educación era la clave, pero al día de hoy, la fuerza, el deseo, la ambición y el peso del sueño de vivir fuera del país es más constante, es más presente y es más latente como la primera vez.
Hoy, en pleno año 2019 el sueño más allá del familiar es el individual de finalmente – vivir en el extranjero – arropando sin sentido, cargando sin descansar y defendiendo sin verdaderos sustentos el ideal que invita a hacernos pensar que la vida, fuera de nuestro país, es lo que todo el mundo sueña o romantiza como “una mejor vida”.
Actualmente nadie sueña en tener un doctorado, en graduarse con honores de una maestría, en ser un apasionado de los negocios, el saber cuándo, cómo y en qué invertir, el lograr abrir mercado y permanecer siendo cabeza del mismo. Nadie investiga ni cuestiona ¿el cómo ser mejores o cómo poder crear o tener más capital en nuestro país? Pero ese es el sueño más aburrido que cualquiera pueda imaginar.
La grandeza de los exiliados.
Pocos, en verdad muy pocos, son los personajes que de propia cuenta han sabido permanecer, crear y crecer en suelos extranjeros. No me refiero aquellos pirrurris, que viajan al extranjero a sufrir, pero llevando con ellos millones de pesos de sus familias (especialmente de sus papis) apostando a su suerte al poner su restaurante – a pesar de las adversidades – estando lejos de sus familiares…¡por favor!
Me refiero a los que llegan a trabajar al campo, a las granjas, a los mataderos, los que se dedican a la construcción, al asfalto, al colado, a levantar los armazones de edificios o los que corren con suerte y se dedican a la jardinería en las casas de gente popof, los que hacen limpieza de departamentos de personas pipirisnice o los que entramos de limpieza en cocinas.
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Personas sin papeles y obvio sin derechos, que se les paga una cuarta parte de lo que es el salario mínimo. Que pernoctan en cuartos compartidos hasta con 8 sujetos, que tienen jornadas laborales de 13, 14 y por experiencia propia hasta de 16 horas diarias trabajando en cocinas. Individuos que sueñan con poder tener dos días libres, que sueñan con llegar a bañarse con agua tibia y acostarse sin tener que compartir cuarto con otros seis desconocidos.
Sujetos que por no poder hablar el idioma, tenemos que aguantar burlas, ofensas y tratos, como si fuéramos nativos de alguna jungla paradisíaca que no pronuncia ni un sonido conocido. Pocas personas, realmente sabemos lo que es tener que callar porque no se puede hablar, tener que decir sí a todo con una sonrisa, por el temor a ser deportados, pocas pero muy pocas, son las personas que sabemos, no tener de otra opción más que aguantar.
Porque los de la vieja guardia sabemos perfectamente que siempre existen solamente dos sopas, no hay más opciones. O te quedas y te comes lo que hay, te guste o no, o te paras y te vas.
El carácter «mexicano» de los connacionales.
En esta vida tuve la oportunidad de vivir fuera del territorio nacional, también experimenté de primera mano, la agradable sensación de no tener derechos (ni obligaciones) por no encontrarme legal en más de un país por diferentes circunstancias, pero, sin importar donde estuviese, la calidad y el empeño del trabajo del mexicano en el extranjero, siempre se ha dado a notar.
Somos los que siempre hacemos de todo, los que siempre remediamos las cosas, los que doblamos turnos, los que nos sacrificamos por los demás, los que terminamos lo que otros dejaron, los que no, nos quejamos de lo que nos toca, los que hacemos lo que sea sin cuestionar y de seguir citando ejemplos, romperé de nuevo en lágrimas al recordar, todo aquello a lo que uno acepta exponerse al estar de ilegal en otro país, tan solo por el sueño de aquella mejor vida.
La opinión que cualquier extranjero tiene del trabajo de los mexicanos es la mayor muestra de empeño y dedicación laboral en cualquier ámbito en donde el mexicano se encuentre. No lo digo yo. Lo escuché y se le puede escuchar a cualquier extranjero si se le llega a preguntar: ¿qué tal es trabajar con mexicanos? El reconocimiento es tal, que hasta los demás latinos nos llegan a envidiar.
En donde nadie le quiere chingar y todos prefieren tranzar.
Lo que yo no entiendo es el motivo, la razón o la actitud que la mayoría de mexicanos muestra estando dentro del territorio nacional. Una displicencia total, una falta de compromiso mayúscula, un nulo interés a la superación ya sea académica, laboral o económica. Pareciera que en México – nadie quiere trabajar y todos prefieren seguir soñando – pero fuera del territorio nacional, no hay tiempo para seguir durmiendo y ahí sí el mexicano debe despertar.
Por qué si en México se tiene todo, no se lucha como miles de mexicanos lo hacen diariamente en suelos extranjeros, Por qué si todos venimos del mismo lugar, no nos podemos organizar y así, como hacemos crecer granjas, jardines, cocinas, construcciones, etc. No nos podemos enfocar en nuestro propio hogar.
Quizá porque ya soy un hombre mayor y siempre fui un romántico de la vida, me da cierta nostalgia saber, que el mexicano es el mejor cada que se muestra fuera de la gran Tenochtitlan pero, estando dentro de la República, permanecemos dormidos, tranquilos, soñando que al vivir fuera del territorio nacional tendremos todo lo que despiertos en México, nunca podremos alcanzar.
¿A qué le tiras cuando sueñas soñador?
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