Por: Diego Figueroa | @oreugiFDiego
En los tres últimos aportes, toqué el tema de la emancipación infantil y con esto, recalco y recuerdo que los primeros treinta años de la infancia son los más difíciles, pues el retoño, no está seguro ni de dónde están las tomas de gas o las llaves de paso de su propia casa. Fuera del seno familiar, ni qué decir de las cargas o extra-horas de trabajo, que uno como adulto ya sabe. Presiones laborales que sí o sí uno debe saber lidiar y hasta en ocasiones, dejar pasar sin tomarlas personales, pero ellos… ellos son parte de “otra generación” y de otra historia, donde a partir de los dos primeros meses, ya están viendo la manera de renunciar.
Pero ¿Por qué pasa esto?
Porque antiguamente, como ya se ha escrito, descrito y narrado en este espacio, los padres, las familias y la sociedad tácitamente despedía, enviaba o expulsaba al integrante para formar y ser parte como individuo de un entorno social más grande y, por ende, más complejo.
Uno como joven de esos años, sabía que el quedarse en la casa, el no salir del cuarto y el seguir dependiendo de los padres era un fracaso. Era verse, sentirse y demostrarse no ser capaz de mantenerse a uno solo, y claro, era ser estigmatizado por la sociedad al no haber cumplido lo mínimo necesario para salir de la casa de nuestros padres.
Antes, recuerdo bien, mis amigos menos letrados y no por eso, menos inteligentes, salían orgullosos porque ya iban a la imprenta, se preparaban para la fábrica, comenzaban de chalanes en talleres y en menos de lo que cantaba un gallo, se iban a su propio cuarto. Claro, en esos tiempos nadie empezaba en un departamento, nadie soñaba en rentar una casa propia, no, no eran, así las cosas. Mentalidad así creó y sustentó aquellas vecindades de uno o dos cuartos con un baño compartido al fondo del largo pasillo que unía al menos 20 cuartos de las mismas condiciones.
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Estar en una vecindad, escuchar como algunos salíamos más temprano, cómo veíamos a otros llegar cuando otros apenas salían, panaderos, costureras, estilistas, conductores de transporte, estudiantes o aprendices, todos íbamos y entrábamos y pese a ese frenesí kinestésico, aun así, habíamos quienes hacíamos tiempo, quienes nos tomábamos las tardes, las noches o las mañanas para seguir estudiando y así, poder dejar, como desarrollo evolutivo natural, esa vecindad e irnos ahora sí, a nuestro departamento o nuestra casa.
La idea era la misma, el concepto seguía intacto, seguir moviéndonos, seguir resistiendo y siempre saber que no había marcha atrás, que regresar con los padres era peor que compartir un baño con 20 personas ajenas al entorno familiar después de ir a comer.
Todo era cuestión de tiempo.
El tiempo pasaba, como había pasado con nuestros padres, después de un par de años en la vecindad, uno iba y empezaba a rentar con algún compañero de trabajo o si estábamos bien, podíamos ya pensar en una casa.
Todos movíamos hacia el mismo camino, hacia el mismo objetivo, ser independientes y vivir bien o mal según nuestras propias capacidades. Aquí es donde empieza todo. Estas capacidades se iban desarrollando con el tiempo.
Estar solos, enfrentar adversidades de un sinfín de variables y sobre todo, saber que el tiempo también forma parte de esta ecuación, es y era primordial. Nada se podía de la noche a la mañana, nada se podía fácil, todo necesitaba tiempo, esfuerzo y dedicación. Enfrentarnos a nuestras realidades nos ayudaba a crecer, a aprender a salir adelante, pero, sobre todo, se vivía y aprendía de nuestras propias decisiones.
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Pero ahora, los padres no pueden ver que su hijo es incapaz de abrir un refresco porque corren en su auxilio, ahora, los padres no pueden ver que su retoño sufre porque le piden entrar a clases de 7 a.m. y van con quejas a exigir que es hasta antipedagógico el tener clases a esa hora. Actualmente cuantos casos no se conocen de gente (y ya se mencionó aquí) que se inventa una y mil historias para que su primavera no deje el cuarto donde ha pasado el 70% de su vida…
Y con el tiempo, esa misión tacita desapareció para dar lugar a la nueva realidad, la nueva dinámica en donde, no hay razón, urgencia o necesidad de que el hijo, deje el hogar. Ya no hay una presión social, ya no hay una razón no dicha de salir de casa, ya la sociedad no espera que llegue alguien más.
Eso, en escenarios macros afecta sobre manera porque, la sociedad fuerza, condiciona y sigue sujetando a sus partes activas a no retirarse. Cada día los jubilados son rinocerontes blancos, porque cada año que pasa sin que esos capullos salgan de casa, es un año más, donde la fuerza laboral y el desarrollo social recae inevitablemente en los mismos individuos que han estado laborando desde hace más de 30 años.
La familia sigue intacta.
Ese mismo papá que salía a trabajar desde sus 25 años, sigue trabajando sin parar ahora a sus 60 y tantos años. Esa mamá que no paraba de afligirse y de arreglarse para traer algo de comer a su casa, “le sigue buscando” ahora ya con casi 50 años. Ese mismo hijo, esa misma hija, sigue estando ahí en su casa, en su cuarto, con la dinámica perenne de ser estudiante.
Estudiante universitario con más de 20 años. Estudiante de maestría con más de 30 años. Cazador de empleos con casi 40 años porque no hay uno que en verdad le ofrezca lo que él o ella se merece.
Esa familia sigue con la misma dinámica de los años dorados, los padres salen a buscar qué y con qué comer, mientras los hijos siguen estando ahí en casa. Sin hacer más que ser hijos. Porque eso es lo que son y esa es su función. Y en casos más desarrollados, trabajan sin aportar un peso a la casa, trabajan para juntar dinero para ellos, trabajan, pero no son responsables de nada en su casa, ¿por qué? Porque ahí sí, comodinamente, no es su casa, no son sus cosas ni sus gastos… ahí sí.
Trabajando sí, pero sin una responsabilidad suya. Compartiendo quizá, el peso, pero sin la obligación moral o real de qué hacer en caso de que las cosas se pongan difíciles. Viviendo a la sombra de los padres, la vida se les va, se les pasa, se les sigue acumulando sin una presión de irse y hacerse, como antiguamente se acostumbraba y decía, “hacerse de sus propias cosas”.
El poder hablar con los hijos.
Hablando con unos cuantos más de aquella generación que cada día que pasa, quedamos menos, descubríamos y asentábamos que actualmente el problema es la falta de esa presión tácita social y familiar.
Lo que antes se veía bien, ahora se ve mal. Lo que antes era casi, casi una obligación, ahora se toma como castigo o como exilio. Ahora, el hablar de la emancipación de los hijos, es un atentado a su estabilidad emocional, es provocar una crisis nerviosa, es sacudir sus estructuras personales. Como si se les mencionara que se les mandará en una nave espacial a vivir a Saturno y que no podrán volver en 35 años a su casa…
Actualmente hace falta una reunión familiar y sentar a los hijos para “informarles” que se les apoyará y que se les dará un sustento hasta sus 24, 25 y quizá 28 años. Pero que fuera de ese tiempo, él o ella debe salir de la casa. Debe empezar su camino y debe empezar a ver por sí solo.
Una charla donde se pase la batuta y se les “informe” que ahora, ellos son los responsables de su vida. Que el tiempo de ser el hijo de, el hermano de, la hija de… ha terminado. Que, a partir de los 20 años, debe empezar a ver por él o ella misma. Que debe empezar a ver un lugar para moverse y así, como había sido hasta años recientes, la mariposa salga de su capullo y entonces empiece a volar.
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Una reunión, donde quede todo sobre la mesa y donde, aclarando que, de ese momento, de esa fecha, de esos años, todo lo que el hijo obtenga será fruto único y exclusivo de él o ella. Que se les brindará quizá un año de gracia en donde servirá para ir midiendo terreno, donde tendrá que empezar a mover esos músculos que quizá nunca ha utilizado y así, por fin al año, dejar su cuarto.
Al momento de redactar esta parte, imaginaba cómo sería la escena con mis ahora nietos si este año se tuviera la charla de hacerse responsable. A título personal y hablando por mis familiares: enojo, frustración, peleas y reclamos familiares estarían aderezando la escena. Ni uno de los 3 nietos, una señorita de 25 años y dos chiquillos de 33 y 35 respectivamente serían capaces de agarrar sus cosas y empezar ahora sí a vivir.
Porque de trabajar…. Pareciera que, en efecto, buscar trabajo, es el trabajo de hoy en día.
Y así, en efecto, como lo estoy compartiendo ahora con ustedes, no, los jóvenes de hoy en día no están listos ni siquiera con treinta años para tener una simple conversación en la cual, se les entreguen las llaves de su vida, los mapas de su futuro y la maleta de sus cosas para ahora sí, emprender el viaje que significa vivir la vida.
No, los jóvenes de hoy no pareciera que quieren dejar de ser hijos de…
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