Por: Diego Figueroa | @oreugiFDiego
Poco a poco la sociedad va tirando las mentiras que, ante los hechos reales, el peso y valor verdadero de las cosas, salen a la luz. Por ejemplo, antiguamente, literal, la sociedad veía bien emancipar a los hijos y dejarles “ser”. Pero ahora, ¡no! Qué clase de padres sin conciencia son aquellos que le dejan jugar al aire libre, quienes dejan que se suban a un árbol (con riesgo de caerse) los que no les dan una tableta o algunos más radicales, que ni los vacunan. Ya para que hablar de dejar a los niños enfrentar sus miedos.
Vivimos en un mundo protegido, en el cual, los nuevos padres se destruyen emocionalmente por hacerlo “agradable” para sus hijos, escudándose con la gran ancestral mentira:
“que no sufran lo que yo viví”
O
“a mi hijo, no le va a faltar nada, para eso me tiene a mí”
El mundo está ya tan descontextualizado, que ahora, los niños son incapaces de sobrevivir fuera del círculo familiar solos. Gracias a ese tipo de posturas que poco a poco se fueron aceptando y poco a poco fueron avanzando, ahora que el niño sufra está mal, que el niño se estrese está mal, que el niño esté siendo retado está mal… Todo lo que lo haga sentir incómodo está mal.
En estudios de psicología está estudiado que el niño debe frustrarse para aprender a autorregularse, sabiendo lidiar con situaciones que le son incómodas y que él nada puede hacer, va desarrollando la tolerancia.
Todo empieza desde la niñez.
En las pruebas escolares, una llegaba tenso, uno tenía ataques de adrenalina y estaba aprendiendo a lidiar con la tensión muscular de poder competir con todo lo que se tuviera para mostrar de lo que uno era capaz… No ahora, ya no, ahora, los niños son incapaces siquiera de estar bajo el sol 5 minutos sin que los padres amenacen con demandar a la escuela.
Una situación y una dinámica intensa, con la cual íbamos creciendo, sabiendo que no había nada malo detrás de esas escenas, de esos momentos y aunque nuestros resultados fueran malos, sabíamos que nada malo iba a pasar, que todo seguiría igual y que era, una lección más por aprender y crecer en aquella sociedad.
La montaña rusa que vivimos en las escuelas quedó atrás y de todas esas sensaciones de peligro que en su momento pensábamos no íbamos a pasar, han quedado atrás y nos guste o no, aprendimos a saber controlarnos, nuestros padres entendían que para ser felices no necesitábamos estar riendo todo el tiempo.
Uno puede encontrar en las lecturas, que de nuestros miedos nace nuestro coraje. Que muchas cosas empiezan a temprana edad, pero qué pasa si ahora los padres se aferran a crearles a los hijos una esfera protectora que los aísla de la realidad.
Al llegar a los 20.
Existían ciertos dogmas, pero nunca se nos imponían al pasar cierta edad.
La ciencia nos ayudaba en la falta de pensamiento crítico, nos alejaba de los dogmas de creer por creer y nuestros padres también sabían soltarnos. Sí, más de uno pasó y vivió peleas familiares por salirse, como antiguamente se decía “del huacal” pero era normal, crecer e irse, era lo normal por mucho que doliera a nuestros padres.
Ya insertados en la fuerza laboral, en los años 80’s, 90’s y quizá principios del año 2000 era imposible pensar que “alguien” nos iba a ir a justificar en nuestras faltas, que alguien nos dijera que renunciaremos, que nos alentaran a tirar la toalla… Eso nunca, culturalmente la idea inconsciente era resistir todo lo que viniera y poco a poco, empezar a subir, empezar a obtener un mejor puesto y entonces, al llegar a la cima, decidir si se continuaba o se comenzaba un negocio propio. Pero todo eso, como resultado final de poder sortear todas y cada una de las problemáticas enfrentadas por uno dentro del mercado laboral.
Podrías leer: El Nuevo Ser Social y sus Redes Sociales.
Actualmente, el sentir general de casi todo el mundo es, que hoy más que nunca es difícil hacer algún negocio… Estimados lectores, iniciar un negocio en los 80’s era dificilísimo, tratar de abrirse paso en los 90’s era desgastante, ni qué decir ya con todo descubierto y sobre explotado de hacer un negocio novedoso a principios del año 2000. Iniciar cualquier negocio siempre ha sido complicado sin importar la fecha.
El problema real, lo que ahora se adolece en todo el mundo, es que no dejamos vivir a los jóvenes más en él, su realidad está desconectada del mundo laboral, del mercado activo y ellos, no pueden plantearse un negocio si ni siquiera conocen el medio en el que viven.
Cómo le piden a un joven que resuelva los problemas de la empresa, si nunca llevó ese sano proceso de ir resolviendo sus propias limitantes, empezando por las individuales, continuando con las sociales, tocando las escolares y terminando con las laborales, ¿cómo?
Los resultados en nuestra sociedad.
Si apenas el capullo tiene un problema escolar y ambos padres tal vengadores justicieros corren a salvar a su retoño de los viles docentes, los muchachos ya no pueden reprobar y mucho menos, sacar calificaciones bajas. Cómo pueden saber sus limitantes, si gracias a los padres, ellos parecieran ya no tienen ni una.
Laboralmente, la nueva fuerza de trabajo no dura más allá de dos años máximo en la compañía. Ya no existe esa capacidad de resistir para seguir creciendo dentro de una empresa y la opción de caminar para entregar la carta de renuncia, es cada día más y más recurrente.
Cómo se puede esperar que los niños aprendan cosas, si a ojos de los padres, lo saben todo y no pueden ser capaces de obtener malas calificaciones. Cómo se le puede pedir al trabajador que solucione procesos o de estrategias de mejora, si no se queda más allá 18 meses y a penas y logra conocer los pasos de su puesto.
¿Y por qué se pueden dar esa libertad de renunciar sin pensar a futuro?
Porque están los papis.
Si bien son dinámicas muy complejas y son aristas muy diversas en terrenos tanto laborales, como socioculturales, las que aquí vagamente mencioné, lo que me gustaría retomar, que, tanto en la infancia como en los principios de esta nueva generación de adultos, son los padres. Sujetos claves en el proceso quienes inconscientemente hacen, o, mejor dicho, siguen promoviendo, que el capullo de 22, 24 y hasta 28 años no trabaje, no se estrese, no lidie con situaciones que… no tiene por qué.
Si bien es difícil explicarle al niño que lo dejarás sufrir y lo dejarás llorar, porque eso, más adelante le ayudará a salir adelante, es casi imposible detener a los padres de hoy en día de caer de rodillas al pensar que su fruto está frente a una escena que le traume su desarrollo emocional de adulto y que sí o sí, ellos tienen que intervenir, los padres ya no tienen el valor de “dejar vivir”.
Cuando estaba en la adolescencia, por ahí de los años ochenta, recuerdo que un día me atreví a preguntarle a mi abuelo, si él no extrañaba a sus hijos, porque rara vez mis tíos paternos iban a la casa. Nunca olvidaré aquella respuesta que muy tarde entendí:
“Quien fue en verdad un buen padre, es aquel a quien nunca se le necesita… y me siento tranquilo de no verlos.”
Síguenos @DespertarDiari0