Arte
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Por: Alejandro Teutli.

 

Imaginar un mundo sin arte, desde donde se mire, es un despropósito. Todos tenemos la necesidad de tener contacto con el arte, ya sea como artífices, o como espectadores.

Los que producen arte, sea música, literatura, cine, pintura, poesía o cualquier otra manifestación, obedecen a una necesidad profundamente humana. Desde su propia condición, aluden a los otros, que irremediablemente se identifican de una o de muchas formas con un mar de propuestas creativas que, por fortuna, alcanzan para todos. Y es que las manifestaciones desde el arte son parte fundamental de la naturaleza ontológica de la humanidad. En otras palabras, el arte es inherente a nuestra especie, es, pues, compañero de todos nuestros andares.

De las disciplinas artísticas que están siempre a nuestro alcance, es quizá la música la que nos envuelve de manera irremediable en nuestra cotidianidad. Dependiendo del contexto, del estado de animo o de la compañía, la música sabe adaptarse a nuestros gustos más caprichosos. Da lo mismo si se escucha una canción punketa o algo de grunge para iniciar el día despabilado y con la actitud desbocada, que si nos tomamos unos minutos para intimar con los sonidos etéreos de Mozart o Bach para elevarnos al Olimpo.

 

Arte
Joaquín Sabina.

 

Pasa, de otra forma claro, con la literatura; leer alguna novela que nos transporta a otras épocas o nos pone ante otros mundos, posibles o no; leer poesía y descubrir que el lenguaje no se reduce solamente a lo coloquial y que las palabras son flechas cargadas de sensibilidad.

La pintura, por su parte, nos muestra la realidad que nos atañe y que no se conforma con ser vista desde una sola perspectiva. Y también la misma pintura puede acompañarnos en la intimidad y generar una atmósfera en la que nos sentimos confortados, invitándonos a habitar el espacio de otras maneras.


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Y qué decir del cine, que nos abre un portal a otras dimensiones a través de su esencia que es el movimiento, en la sensación de ilusiones sin límites y, hoy en día, en la magia de la animación que materializa mundos infinitos lo mismo que imposibles.

Pensemos ahora en qué sería de los viajes que emprendemos a lugares que nos ofrecen una riqueza cultural deslumbrante, sea en Oriente u Occidente, sin el desarrollo del arte de la arquitectura, de esa gran arquitectura, con todo lo que conlleva. Imaginemos que todo nuestro alrededor, el inmediato y cualquier otro, es insípido y posee el encanto de un Walmart o una estación de autobuses (esos sitios a los que Marc Augé nombre como «Los no lugares», esos que son de paso y que no nos son significativos.

Conocer las majestuosas ciudades precolombinas, deambular por las ciudades coloniales en América Latina respirando la identidad mientras las experiencias culinarias nos hacen el día; recorrer las ciudades europeas entre callejuelas e iglesias medievales, o deslumbrarse con las ruinas de la antigüedad clásica, o bien, adentrarse en las equilibradas estructuras renacentistas.

Sin rodeos, el mundo sin arte, sería mucho menos interesante. Claro, siempre tendríamos las bellezas naturales, que pareciera nos esforzamos por disminuir. Pero, a diferencia de la naturaleza, el arte es resultado único y exclusivo de la sensibilidad y la inteligencia humana. El mundo, corrijo, no el mundo, el ser humano, sin arte, estaría, por decirlo menos, incompleto.

 


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Un comentario en «Un mundo sin arte.»

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