BellezaDiego Velázquez, “La Venus del espejo”
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Portada: Diego Velázquez, “La Venus del espejo”

 

Por: Alejandro Teutli | @alejandroteutlie

 

Se comenta que cuando se habla del cuerpo dentro del contexto artístico es inevitable que el sentido de belleza se haga presente y, sobre todo, cuando nos referimos al cuerpo de la mujer. El cuerpo femenino como una constante dentro de la pintura figurativa atiende al “(…) papel asignado a la mujer y al cuerpo de la mujer, como vehículo privilegiado de la Belleza (…)”. (Jan Baudrillard, 1970).

 

Si bien se puede argumentar que desde la antigüedad los griegos le prestaban una atención especial a la representación del desnudo masculino, es innegable que la representación del cuerpo femenino tomó una relevancia mayor en el arte posterior. Por otro lado, la discusión acerca de lo que es bello o no lo es parece no terminar nunca; en lo que respecta al cuerpo desnudo representado dentro del arte es similar. Sin embargo, hasta hace un tiempo, y en cierta medida en la actualidad, los consumidores de arte a lo bello “lo exigen en las producciones artísticas” (Denis Diderot). Queda claro que lo bello, tanto en la vida cotidiana como en el arte, es una especie de necesidad; los seres humanos tratamos de buscar la belleza, tanto en nosotros mismos como en los demás; dicha búsqueda se da también en lo que hacemos y lo que hacen otros. El cuerpo humano, vestido o desnudo, ha sido objeto y es objeto de nuestro interés al mismo tiempo que ha sido un recipiente contenedor de la belleza. Dentro de la pintura los artistas han optado en un gran porcentaje por la representación del cuerpo desnudo, lo cual se manifiesta desde el arte clásico del Renacimiento, pasando por el Barroco y el Neoclásico hasta la pintura moderna y contemporánea. En dichos períodos es que se establece el canon clásico de belleza que es retomado del arte griego, aunque, evidentemente, ese canon no permanece inmutable, sino que se transforma e incluso se rompe, sin que quiera decir que se deseche por completo.

 

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En el cuerpo real o bien como representación en una pintura, lo bello se manifiesta en ocasiones como producto de convenciones sociales; determinados cuerpos son considerados bellos y otros son relegados a no serlo. De esto damos cuenta cuando Baudrillard afirma lo siguiente: (…) la belleza y la delgadez no tienen ninguna afinidad natural. La grasa y la obesidad también fueron bellas en otras partes y en otros tiempos. Pero esta belleza imperativa, universal y democrática, inscrita como el derecho y el deber de todos en el frontispicio de la sociedad de consumo, es indisociable de la delgadez. Hoy la belleza no podría ser gorda o delgada, pesada o esbelta como podía serlo en una definición tradicional basada en la armonía de las formas. Sólo puede ser delgada y esbelta, según su definición actual de lógica combinatoria de signos, regida por la misma economía algebraica que la funcionalidad de los objetos o la elegancia de un diagrama. Y hasta será magra y descarnada en el perfil de los modelos y las modelos que son, al mismo tiempo, la negación de la carne y la exaltación de la moda (…)”. Aunque dentro de la representación del cuerpo en la pintura dichas convenciones pueden ser desechadas por los artistas de hoy en día, en el trabajo de varios pintores contemporáneos lo bello es reconfigurando, o incluso contrariado, en tanto a representación del cuerpo se refiere. Esto nos lleva a pensar que en nuestros días la belleza ya no es única y absoluta, lo que tampoco quiere decir que cada sujeto pueda generar un sentido particular y único de la belleza porque de ser así no habría coincidencias entre diferentes sujetos respecto a la posibilidad de que algo pudiera ser bello, por lo que conviene atender a Denis Dutton cuando afirma que: “Los juicios sobre la belleza son, como es lógico, independientes de las simples preferencias personales e idiosincrásicas”.

 

Belleza
William-Adolphe Bouguereau, “La noche”.

 

Por su parte, Diderot, desde el siglo XVIII plantea un par de preguntas respecto de lo bello: “¿es bello porque me gusta?, ¿o me gusta porque es bello?”. A lo que contesta sin titubeos: “Sin duda, gusta porque es bello” (Denis Diderot). Pero ¿qué sucede cuando un artista pinta un cuerpo desnudo que no pasaría por bello en la realidad y, sin embargo, dentro de la obra adquiere una belleza que no sería posible sin la intervención de la visión personal de un pintor poderoso? Esto, sin lugar a duda, se ha visto en muchas ocasiones a lo largo de la historia del arte. Incluso en nuestra actualidad cuando la belleza, manifiesta en una pintura, ya no sería un objetivo del pintor, o por lo menos, no el único. Es evidente que, dentro del ámbito del arte contemporáneo, lo bello no es lo preponderante en los procesos de creación. Los procesos artísticos tienen intereses que incluso pueden contraponerse a la belleza. Ya no es posible acercarse al arte buscando en primer plano la belleza; esto también aplica para la pintura. Sobre esta disertación, Alejandra Walzer nos dice que: “El concepto de belleza empieza a ser desalojado, una vez más, de los terrenos del arte, aunque ahora por motivos muy diferentes”. Diversas categorías, antes marginales, adquieren un nuevo brillo reduciendo los espacios que se solían destinar a la exaltación de la belleza y dando lugar a otro tipo de expresiones. La belleza continúa el proceso de mudanza iniciado durante el romanticismo y se traslada hacia espacios vinculados con lo funcional, producto de la época industrial en expansión. Esto, como señala la autora, no es aplicable a la totalidad de los terrenos del arte. En cuanto al campo de la pintura se podría afirmar que, en obras específicas, el sentido de lo bello se ha resignificado abriendo con ello otras posibilidades de interpretación, aunque sin romper del todo con el sentido de belleza tradicional, sobre todo en lo que concierne al cuerpo desnudo como representación.

 

Belleza
István Sándorfi, Desnudo

 

 

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