Abyecto
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Portada: Paul McCarthy, escultura.

 

Por: Alejandro Teutli | @alejandroteutlie

 

Lo abyecto, o sea, lo repugnante, despreciable o vil, ha interesado a muchos artistas a lo largo de varios siglos en la historia de arte pero, sin duda, en ninguna otra época como en la actual, lo abyecto ha sido un asunto recurrente para la obra de arte. Lo abyecto, en cierto modo, se contrapondría a lo bello, aunque en el arte, la belleza y la abyección pueden estar en relación.

 

La belleza hoy, no es el fin último en el arte, incluso, hay quienes la descartan como algo que tenga una verdadera relevancia de la obra de los artistas. Sin embargo, más que desaparecer del panorama artístico, aspectos como la belleza o la fealdad, siguen estando presentes en la obra de diversos artistas. Es difícil pensar que aspectos inseparables de la condición humana queden fuera de las prácticas artísticas.

 

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Ahora, cómo definir las diferencias que existen entre lo bello y lo abyecto. Primero, habrá que orientarnos acerca de ambos conceptos. Respecto al primero, Hutcheson, famoso profesor de filosofía moral en la universidad de Glasgow, ha creado un sistema peculiar: se reduce a pensar que no se debe preguntar qué es lo bello, sino qué es lo visible. Evidentemente lo visible es todo lo que existe y que es percibido por el sentido de la vista. Pero este sistema propuesto por Hutcheson no da una respuesta concreta para tomar una posición respecto de lo que es bello; simplemente refiere, en sentido tautológico, que “lo bello es realizado para ser captado por una especie de sentido interno de lo bello” Según él, ese sentido de lo bello nos faculta para poder distinguir lo bello de lo que no lo es.

 

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David Nebreda, autorretrato.

 

Sobre la cosa que posee belleza, Dennis Diderot se cuestiona sobre lo que hace bello a dicho objeto, es decir, se cuestiona si el objeto por sí mismo posee belleza y por consiguiente nos gusta, o si adquiere el estatus de objeto bello porque nos gusta. Esto bien se podría decir sobre lo feo; un objeto es feo porque no nos produce desagrado, o nos produce desagrado porque es feo. En ambos casos tenemos un problema, el cual no será objetivo resolver en estas páginas, sino más bien tener clara la distinción principal, de entre otras, que se puede precisar sobre lo bello y lo abyecto. Podríamos decir sobre lo dicho hasta aquí, que lo bello nos genera placer y agrado, y lo abyecto, ligado a lo repugnante, igual que lo feo, nos produce desagrado.

 

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Es una distinción que debiera ser obvia, pero es conflictiva cuando atendemos al carácter subjetivo, ya que lo que le produce agrado a una persona, puede producir desagrado a otra.

 

Lo mismo sucede cuando nos enfrentamos al arte, y en especial a ciertas manifestaciones del arte contemporáneo. Sin embargo, no se puede ser relativista y decir que todo está en el espectador de una obra y que el juicio que emite sobre la misma depende exclusivamente de su subjetividad; esto sería como despojar a la obra de arte de sus características como objeto reconocible perceptualmente.

 

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Hermanos Chapman, escultura.

 

Por su parte, la producción de arte tiene particularidades en su proceso que la diferencian de otro tipo de quehaceres humanos. Umberto Eco nos dice que cuando se revaloriza “la dimensión artística” de la realización de formas, emerge, casi siempre una necesidad de hallar un principio que de manera autónoma, diferencie la producción de arte de cualquier otro tipo de producción. Así, no podemos sólo hacer la distinción entre lo bello y lo abyecto de una manera general, sino enfocada sólo al aspecto artístico atendiendo, en primera instancia, al fenómeno del arte contemporáneo.

 

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Así, muchos artistas no solo no buscan agradar y complacer la pupila a través de la inmediatez de imágenes insulsas que solo pretenden ser bellas (en un sentido más coloquial, bonitas), sino que, con una clara intención, confrontan, e incluso agreden, la sensibilidad del espectador pasivo y poco receptivo a lo que no necesariamente está hecho para gustar. Paul McCarthy, con sus esculturas cargadas de ironía y provocación, Cindy Sherman y sus imágenes fotográficas de mujeres inquietantemente grotescas, los hermanos Jack y Dinos Chapman con sus escandalosas esculturas infantiles con bocas de anos o vaginas y narices de falos erectos, David Nebreda quien desde la esquizofrenia genera a través de la fotografía devastadores autorretratos u Oliver de Sagazan, artista del performance y la pintura que genera perturbadoras composiciones visuales. En fin, la lista es casi interminable.

 

El arte, en una especie de conclusión abierta, alberga muchas posibilidades que abrazan diferentes categorías estéticas que, sí, es posible, pueden contemplar lo bello como un fin, o bien, como un elemento presente en el resultado del trabajo de un artista; pero a sabiendas que la belleza puede tener muchos rostros, o simplemente, ser ignorada y relegada por el artista en su proceso de creación.

 

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Oliver de Sagazan, Transfiguración.

 

 

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